Una televisión encendida, literalmente, arde en llamas. A su alrededor, ramas y libros hacen la fogata. Un reloj extraviado se encuentra en el montón, así como un teléfono, un control de nintendo, una fotografía, más libros, revistas. Es enorme, del tamaño de una casa, de hecho es una casa la que arde, desplomada, la gente arroja sus pertenencias al fuego, se desprende de todo, y todo arde por igual. Es un fuego que quema a la distancia, que incinera cejas de aquellos mirones, que irrita sus ojos, y la gente lo continúa alimentando, inclusive le hecha gasolina para que no deje de arder.
Sin que nadie lo espere, pero sin que sorprenda a nadie, alguien empuja a un muchacho al fuego; su muerte es lenta y dolorosa. Entonces alguien se clava a la enorme fogata, por su propia voluntad, gritando, es mi tiempo, es mi hora. Un par de personas lo siguen, y los tres son devorados por las llamas.
Empieza a soplar un fuerte viento, desde el este sopla, distribuyendo ceniza y exparciendo al fuego a las otras casas, a los jardines. A nadie le importa, nadie se mueve mientras las llamas los consumen a todos, el pequeño pueblo muere bajo el fuego.
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