Una noche como cualquier otra, el departamento era un caos, y su único habitante disfrutaba de él. A su alcance se encontraba todo, ahí justo donde recordaba que había visto el objeto deseado por última vez. Tal vez no era muy estético, pero no se podía negar su practicidad, ni la familiaridad que en él inspiraba tener un departamento ordenado bajo su influencia.
Y entonces llegaron los visitantes, aquellos de lentes para mejorar su vision y ropas de adultos, y en seguida empezaron a imponer su propio orden sobre el departamento, acomodando todo a su idea de estética y de comodidad, preguntando mientras lo hacían: como puedes vivir así? Nunca pensando en lo que él quería, nunca considerando que aquel desorden era en realidad una manera de tener fácil acceso a todo, nunca dándose cuenta de que aque caos estaba lejos, muy lejos, de la suciedad.
Esto ya no sirve, decían los visitantes, arrojándo todo objeto que alzaban ante sus anteojos a una bolsa de basura negra, esto tampoco. Y él observaba horrorizado mientras su mundo, su caos, se iba degenerando a un caos mayor. Días después él buscaría su bufanda favorita y no la encontraría, de la misma forma que su cuaderno de escritos se convertiría en objeto perdido en aquel orden impuesto.
Basta! gritó él, basta, que no ven que el caos es orden?
Basta, no alteren más mi harmonía, continuó gritando.
Y los visitantes se detuvieron.
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