La música sonaba en el fondo de su alma, música alegre y, para él, hermosa; pero en el cuarto en el que se encontraba no sonaba ninguna música, el cuarto estaba en silencio.
El cuarto era sencillo, un cajón rectangular, pequeño, con una puerta y nada más. De las paredes, la pintura colgaba, vieja, como si estuvieran las paredes tapizadas de flores marchitas.
El esperaba erguido en el centro del cuarto. Sus ojos cafés estaban desenfocados mientras él pensaba en la música de su interior; su pelo era largo y castaño y caía sobre sus hombros como una cascada.
Su pie comenzó a moverse al ritmo de la música, despegándose del piso y luego cayendo con fuerza. Sus palmas se juntaron y produjeron un aplauso. Él repitió con ritmo dichas percuciones, una y otra vez.
Al poco rato se unió su voz, produciendo ruidos extraños que imitaban aquella música en su interior; voz y percuciones se unieron para formar una canción. El cuarto ya no estaba en silencio.
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