Sebastián se encontraba en su cama intentando dormir. Era de madrugada. La mente de Sebastián estaba poblada de pensamientos. No le importaba. De hecho así lo prefería. Pasar la noche pensando en ella, en el laberinto y en un sin fin de fantasías. Pensó en cada palabra que había intercambiado con ella. Recordó su rostro hermoso y su voz suave. Poco a poco se cerraron sus ojos.
Soñó con un mundo como ninguno. Era un mundo imposible, donde la gravedad empujaba además de jalar, e incluso arrojaba hacia los costados. Esa misma fuerza se retorcía y creaba diagonales que le permitían a Sebastián volar. El mundo mismo era un laberinto de dimensiones donde cada movimiento llevaba a Sebastián a un momento aleatorio del lugar. Una gama de colores cambiantes iluminaba el laberinto.
Ante Sebastián desfilaron arañas en parejas, sonrientes y listas para sus vacaciones. Luego Sebastián vio a su Camila a la distancia. Sonrió al verla y su corazón dio un vuelco. Pero al tratar de acercarse fue enviado en otra dirección. Ante si apareció un desfile de perros, y al último de ellos reconoció.
-Chejov, guíame con Camila - le dijo al perro. Chejov emitió un ladrido y rápidamente guió a Sebastián ante aquella a quien deseaba tanto. Lo hizo mover un pie primero, luego la cabeza, alzar los brazos y mover la cintura. Sebastián se sentía ridículo, pero lo hizo todo tal y como le dijo Chejov y finalmente, tras un movimiento muy raro de su tobillo, acabo ante su Camila, con los brazos rodeandola y con sus labios en contacto con los suyos.
Así despertó Sebastián, con su Camila bajo las sabanas, entre sus brazos, con Chejov sirviendoles de almohada.
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